22 de julio de 2011
Si jefe, mascaras mexicanas
En un semaforo de la ciudad, mientras espero el verde:
- Algo para comer, una ayudita
- No traigo, jefe… ¡a la vuelta!
Y sigo mi camino. Mientras, mi hijo me pregunta:
-¿Por qué le dices jefe?
- Pues asi hablamos los mexicanos, le respondo.
Precisamente, a quien no tiene posibilidades de ser jefe, le decimos jefe.
A los amigos o conocidos les decimos: primo, cunado, hermano, manito, jefe… según la region del pais.
A los extranos, a los extranjeros –lenguaje que los confunde mucho- les decimos: “En tu casa” cuando estamos hablando de nuestra casa. “Te espero en tu casa” “aquí en tu casa”…
Pero, al mismo tiempo, tenemos un dicho, mexicanisimo: “el muerto y el arrimado, a los tres dias apesta” O sea, que abrimos nuestra casa, de par en par, a nuestros huespedes, pero… es un decir. Realmente no son hechos. Y si llegara a ocurrir que tenemos que cumplir nuestra palabra, a los tres dias andamos como demonio enjaulado. ¿Y ahora que hago con este ca…?
Las apariencias, el lenguaje torcido y retorcido, usado –tengo entendido que desde la colonia para no ser agredidos, para simular.
Dicen que los indigenas aceptaron rapidamente la veneracion a la imagen guadalupana –por ejemplo- y cundio la tradicion de peregrinar hasta su recinto. Lo que muchos no entendieron –nos explican algunos estudiosos- es que inicialmente era una apariencia. En realidad continuaban adorando a sus deidades, que quedaron enterradas abajo del santuario mariano. Pero los blancos, los conquistadores, los patrones pues, exigian y “se acataba”.
Por un lado la corona expedía leyes para proteger los derechos cristianos de los indígenas y prevenir los abusos. La autoridad era contradictoria y difusa. Un dicho común en las colonias era: “la ley se acata pero no se cumple”, es decir, se reconocía el mandato del rey, pero sus leyes tenían poco impacto en la práctica.
Por ejemplo, por razones religiosas y políticas, en todos los territorios españoles estaba prohibido el tráfico de esclavos –los traficantes de esclavos eran ingleses, franceses, portugueses y holandeses–, pero en realidad la compra y venta de esclavos africanos fue una parte fundamental de la economía colonial.
El que tiene poder, para suavisar el trato, se dirige asi al que estima que no lo tiene: “jefe, haga esto o aquello”
Aqui una mirada de Octavio Paz, en Mascaras Mexicanas:
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: "al buen entendedor pocas palabras". En suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición.
El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El "rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza.
El hermetismo es un recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que instintivamente consideramos peligroso al medio que nos rodea. Esta reacción se justifica si se piensa en lo que ha sido nuestra historia y en el carácter de la sociedad que hemos creado. La dureza y la hostilidad del ambiente —y esa amenaza, escondida e indefinible, que siempre flota en el aire— nos obligan a cerrarnos al exterior, como esas plantas de la meseta que acumulan sus jugos tras una cáscara espinosa. Pero esta conducta, legítima en su origen, se ha convertido en un mecanismo que funciona solo, automáticamente. Ante la simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, pues no sabemos si esos sentimientos son verdaderos o simulados. Y además, nuestra integridad masculina corre tanto peligro ante la benevolencia como ante la hostilidad. Toda abertura de nuestro ser entraña una disminución de nuestra hombría.
Nuestras relaciones con los otros hombres también están teñidas de recelo. Cada vez que el mexicano se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que se "abre", abdica. Y teme que el desprecio del confidente siga a su entrega. Por eso la confidencia deshonra y es tan peligrosa para el que la hace como para el que la escucha; no nos ahogamos en la fuente que nos refleja, como Narciso, sino que la cegamos. Nuestra cólera no se nutre nada más del temor de ser utilizados por nuestros confidentes —temor general a todos los hombres— sino de la vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad. El que se confía, se enajena; "me he vendido con Fulano", decimos cuando nos confiamos a alguien que no lo merece. Esto es, nos hemos "rajado", alguien ha penetrado en el castillo fuerte. La distancia entre hombre y hombre, creadora del mutuo respeto y la mutua seguridad, ha desaparecido. No solamente estamos a merced del intruso, sino que hemos abdicado.
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ResponderBorrarBastante común y subjetiva su opinión, y la de Paz también.
ResponderBorrarCreo que necesitamos un nuevo análisis ontológico del "ser mexicano", puesto que no a servido de nada esta forma de descripción tan habitual entre nuestros pensadores. Estudiosos connacionales se han desgastado en describir al mexicano, pero siempre con el mismo estilo de crítica como el que usted muestra acá arriba o en El Laberinto de la Soledad, o bien, Emilio Uranga, entre otros. Ya Porfirio Díaz en sus entrevistas dejaba ver este tipo de pensamiento acerca del pueblo mexicano: el mexicano negándose a sí mismo, el mexicano "animalado" el cual necesita de un padre protector, el mexicano que arremete por temor contra la globalización, etc.
Saludos y nos seguimos leyendo.
Ariel Garza Amaya, gracias por tu comentario. Y cual seria tu descripción en este tema? Una que nos sirva... me gustaría conocerla. Saludos.
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